La llamita oculta

Existe siempre durante el acto de leer un momento, intenso y plácido a la vez, en el que la lectura se trasciende a sí misma, y en el que, por distintos caminos, el lector, descubriéndose en lo que lee, abandona el libro y se queda absorto en la parte ignorada de su propio ser que la lectura le ha revelado: desde cualquier punto, próximo o remoto, del tiempo o del espacio, lo escrito llega para avivar la llamita oculta de algo que, sin él saberlo tal vez, ardía ya en el lector. Juan José Saer

miércoles, 24 de febrero de 2010

Yo enciendo el firmamento

EL COLOR DE MIS TIEMPOS

Primero fue una noche:
Mi llanto más profundo,
el caso de mi sangre,
y aquel despeñadero
hacia el fondo del mundo...

Después creció otro tiempo,
del color de mis huesos;
un tiempo derrumbado,
solamente de polvo
de pájaros y besos.

En mis ojos, la lluvia,
la lluvia en el desierto
que hay después de las llamas.
Y aquí adentro, de plomo,
un ritmo casi muerto.

Luego clarearon días
de un blanco indiferente.
El recuerdo, perdido
en mis ojos nevados;
y el corazón, ausente.

Hasta que una mañana
rompió el color su yema,
desde mis ojos nuevos
volvió el color al mundo,
a la sangre, al poema.
El escarlata, el oro,
hacia los cuatro vientos,
el azul, el naranja,
el verde, en un milagro
de pinceles violentos.

Ah, desde entonces viven
de mi policromía
trigales, cumbres, llamas,
sangres, mares, florestas,
y sobre todo: el día.

Voy echando a brazadas
el color por las huellas
de la vida y el sueño.
Cuando el recuerdo vuelve,
lo pinto con estrellas.
Siento que ya están todas
mis venas consteladas,
mientras broto colores.
Y el corazón, intenso,
de rojas campanadas.

Amargura sin luna,
sauce gris del lamento,
nevada del olvido,
¿dónde estáis? Contempladme:
Yo enciendo el firmamento.


Amelia Biagioni