LA ESCUCHANTE
Si soy la sed y el hambre
es para estarme siempre
bebiendo y royendo,
hasta con los cabellos y las uñas,
el oculto clamor
a tierra tumultuosa,
a infierno y cielo sus legiones,
donde comienza tu mano solitaria,
la que escribe.
A veces dejas de oírte,
y tu mano,
sorda, extraviada, fría,
abandona la página
y busca tu sudario.
Pero yo entonces
entro al clamor y sigo oyendo
lo que dirás ayer,
lo que has dicho mañana,
sigo oyendo por ti.
Mi oído te comulga día y noche,
como nadie,
más que ese hombre innumerable,
creciente,
que en los lugares
donde el dolor lo engendra,
para oírse te escucha
y seguirá escuchándote
hasta que yo haya sido
setenta veces
hierba.
Amelia Biagioni